Visité el Infierno y te lo cuento (sólo para valientes)
Este es un ritual satánico que permitiría acceder al Infierno a través de las escaleras de tu casa. "El juego de la escalera" guarda cierto parecido con el creepypasta "El juego de la ventana". En ambas historias de terror se asiste a la repetición de acciones cotidianas con el propósito de invocar entidades malignas. Obviamente no son más que leyendas y cuentos de miedo, pero por si acaso, lo más recomendable es no jugar con fuerzas ocultas.
El juego de la escalera
Así que estás solo, o sola, en casa. Te aburres y te gustan los juegos de misterios o cosas paranormales. Pero tú sabes que no deberías jugar con lo que está fuera de tu control, que nunca se sabe lo que pueda pasar. Deja que te cuente mi experiencia con uno de estos juegos: el llamado “Juego de la Escalera”.
Lo primero que necesitas es encontrarte solo en casa. A diferencia de lo que pasa con otros juegos, no es necesario que sea de noche; lo puedes hacer en cualquier momento siempre y cuando te encuentres solo. Lo siguiente que tienes que conseguir es una venda o un trapo que sirva para taparte los ojos. Obviamente tu casa debe tener escaleras, y por último debes repetir unas palabras. Estas palabras son claves para que el juego pueda funcionar.
Una vez tuve todo eso preparado, me puse al pie de las escaleras. Por seis veces repetí estas palabras: “Hoy me presento ante ti, Lucifer. Ábreme las puertas de tu reino”. Esa es la invocación que tuve que repetir para bendecirme antes de empezar. A continuación me coloqué la venda en los ojos y empecé a subir la escalera. Esta constaba de 18 escalones. Me quedé un rato subiendo y bajando... hasta que conté un escalón 19. Eso, de buenas a primeras, me extrañó bastante, pero luego pensé que podía simplemente haberme equivocado al contar. Subí de nuevo y volví a bajar, peldaño a peldaño. Esta vez me guié por el barandal, para contar sin peligro a caerme mientras bajaba. Escalón 18, 19, ¡20! Ahora sí sentí la tensión recorrerme la espina dorsal. Me entraron ganas de quitarme la venda y salir corriendo, pero todavía mi curiosidad era más fuerte que el miedo.
Quise repetir el procedimiento una última vez. Al volver a bajar la escalera pareció alargarse: llegué al escalón 22. No sé si debería seguir. 23, 24, 25. Parecía imposible, pero estaba sucediendo. 26, 27, 28; sentía mis piernas como gelatinas mientras seguía bajando. Quería quitarme la venda, pero recordé que las instrucciones del juego lo prohibían. No importa lo que veas, escuches o sientas; mientras tus ojos estén tapados no te pasará nada. Sabía que me iba a poder retirar del juego en cualquier momento. Hubiera sido tan sencillo como volver atrás por las escaleras. Pero decidí seguir bajando.
Y bajé hasta el escalón 50. Me envolvió un calor sofocante; al rato comencé a percibir un ruido extraño, y cierto olor que no supe a ciencia cierta qué podía ser, pero era desagradable. Los sonidos se convirtieron en murmullos a medida que bajaba por las escaleras. Se hicieron progresivamente más nítidos: eran lamentos. Cuando quise darme cuenta me sentí rodeado de una multitud de voces humanas que gritaban. Gritaban de dolor; de ese dolor profundo que brota desde el fondo del alma, y que es mucho peor que el sufrimiento físico.
Llegado al escalón 80 el calor se me hacía casi insoportable. Parecía que mis pies se iban a quemar en cualquier momento. Y ese olor que había notado hacía un rato se hizo más intenso: era una mezcla repugnante de carne podrida, excrementos y azufre. ¡90 escalones! Ya no podía más. Entre los gritos, el calor y ese hedor asqueroso, por no mencionar el pánico a lo que podía estar ahí acechándome, me detuve y me di la vuelta. Estaba decidido a dejar el juego ahí, sin terminarlo. Porque según dicen, debes detenerte en el escalón número 100. Ahí una voz te llamará por tu nombre y te dirá que pidas un deseo. Cualquier cosa que pidas, se te concederá. Pero a mí aquel presunto final de juego me pareció demasiado bonito para no tener engaño. Por eso preferí retirarme antes.
Subí las escaleras lo más rápido que puse, teniendo los ojos vendados. Creí que regresar me tomaría mucho tiempo, pero pronto me di cuenta de que me faltaban 18 escalones: ya estaba en mi casa. Ya no se escuchaban lamentos, ni sentía calor ni olor alguno. Sólo el tamboreo de la lluvia, ahí fuera. No sin cierto temor, me retiré la venda lentamente y abrí los ojos. Efectivamente, estaba en mi casa. Todo parecía normal. No obstante, al caminar más tranquilamente tuve una sensación extraña debajo de mis pie. Miré mis zapatos: las suelas de goma estaban derretidas.
Afortunadamente no me ocurrió nada malo. Pero debo confesarte que a partir de aquel día no puedo evitar sentir un intenso temor antes de bajar cualquier escalera. La gente piensa que soy un tipo extraño; ¿cómo puedo tener miedo a unas simples escaleras? dicen. Pero la verdad es que no volví a tener ganas de hacer ningún juego que involucre el mundo paranormal. No te aconsejo intentar hacer al juego de la escalera. Pero, como de seguro tendrás mucha curiosidad, te recomiendo que por lo menos no te saques la venda de los ojos.
El juego de la escalera
Así que estás solo, o sola, en casa. Te aburres y te gustan los juegos de misterios o cosas paranormales. Pero tú sabes que no deberías jugar con lo que está fuera de tu control, que nunca se sabe lo que pueda pasar. Deja que te cuente mi experiencia con uno de estos juegos: el llamado “Juego de la Escalera”.
Lo primero que necesitas es encontrarte solo en casa. A diferencia de lo que pasa con otros juegos, no es necesario que sea de noche; lo puedes hacer en cualquier momento siempre y cuando te encuentres solo. Lo siguiente que tienes que conseguir es una venda o un trapo que sirva para taparte los ojos. Obviamente tu casa debe tener escaleras, y por último debes repetir unas palabras. Estas palabras son claves para que el juego pueda funcionar.
Una vez tuve todo eso preparado, me puse al pie de las escaleras. Por seis veces repetí estas palabras: “Hoy me presento ante ti, Lucifer. Ábreme las puertas de tu reino”. Esa es la invocación que tuve que repetir para bendecirme antes de empezar. A continuación me coloqué la venda en los ojos y empecé a subir la escalera. Esta constaba de 18 escalones. Me quedé un rato subiendo y bajando... hasta que conté un escalón 19. Eso, de buenas a primeras, me extrañó bastante, pero luego pensé que podía simplemente haberme equivocado al contar. Subí de nuevo y volví a bajar, peldaño a peldaño. Esta vez me guié por el barandal, para contar sin peligro a caerme mientras bajaba. Escalón 18, 19, ¡20! Ahora sí sentí la tensión recorrerme la espina dorsal. Me entraron ganas de quitarme la venda y salir corriendo, pero todavía mi curiosidad era más fuerte que el miedo.
Quise repetir el procedimiento una última vez. Al volver a bajar la escalera pareció alargarse: llegué al escalón 22. No sé si debería seguir. 23, 24, 25. Parecía imposible, pero estaba sucediendo. 26, 27, 28; sentía mis piernas como gelatinas mientras seguía bajando. Quería quitarme la venda, pero recordé que las instrucciones del juego lo prohibían. No importa lo que veas, escuches o sientas; mientras tus ojos estén tapados no te pasará nada. Sabía que me iba a poder retirar del juego en cualquier momento. Hubiera sido tan sencillo como volver atrás por las escaleras. Pero decidí seguir bajando.
Y bajé hasta el escalón 50. Me envolvió un calor sofocante; al rato comencé a percibir un ruido extraño, y cierto olor que no supe a ciencia cierta qué podía ser, pero era desagradable. Los sonidos se convirtieron en murmullos a medida que bajaba por las escaleras. Se hicieron progresivamente más nítidos: eran lamentos. Cuando quise darme cuenta me sentí rodeado de una multitud de voces humanas que gritaban. Gritaban de dolor; de ese dolor profundo que brota desde el fondo del alma, y que es mucho peor que el sufrimiento físico.
Llegado al escalón 80 el calor se me hacía casi insoportable. Parecía que mis pies se iban a quemar en cualquier momento. Y ese olor que había notado hacía un rato se hizo más intenso: era una mezcla repugnante de carne podrida, excrementos y azufre. ¡90 escalones! Ya no podía más. Entre los gritos, el calor y ese hedor asqueroso, por no mencionar el pánico a lo que podía estar ahí acechándome, me detuve y me di la vuelta. Estaba decidido a dejar el juego ahí, sin terminarlo. Porque según dicen, debes detenerte en el escalón número 100. Ahí una voz te llamará por tu nombre y te dirá que pidas un deseo. Cualquier cosa que pidas, se te concederá. Pero a mí aquel presunto final de juego me pareció demasiado bonito para no tener engaño. Por eso preferí retirarme antes.
Subí las escaleras lo más rápido que puse, teniendo los ojos vendados. Creí que regresar me tomaría mucho tiempo, pero pronto me di cuenta de que me faltaban 18 escalones: ya estaba en mi casa. Ya no se escuchaban lamentos, ni sentía calor ni olor alguno. Sólo el tamboreo de la lluvia, ahí fuera. No sin cierto temor, me retiré la venda lentamente y abrí los ojos. Efectivamente, estaba en mi casa. Todo parecía normal. No obstante, al caminar más tranquilamente tuve una sensación extraña debajo de mis pie. Miré mis zapatos: las suelas de goma estaban derretidas.
Afortunadamente no me ocurrió nada malo. Pero debo confesarte que a partir de aquel día no puedo evitar sentir un intenso temor antes de bajar cualquier escalera. La gente piensa que soy un tipo extraño; ¿cómo puedo tener miedo a unas simples escaleras? dicen. Pero la verdad es que no volví a tener ganas de hacer ningún juego que involucre el mundo paranormal. No te aconsejo intentar hacer al juego de la escalera. Pero, como de seguro tendrás mucha curiosidad, te recomiendo que por lo menos no te saques la venda de los ojos.
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