5 aspectos horrorosos de la vida en la antigüedad que nadie te cuenta
Nuestra principal referencia para entender cómo era la vida en la antigüedad casi siempre viene de la literatura, la fotografía y especialmente del cine. En películas como Gladiador, Braveheart y otras tantas; el pasado parece tan interesante, noble y significativo que incluso dan ganas de volver en el tiempo para pasar algunos días al interior de un castillo medieval con una doncella o caballero. Sin embargo, muchos de los horrores cotidianos de la vida en el pasado simplemente son omitidos. Y hablamos de cosas como…
Pues felicidades, ya que no tuviste que soportar los horrores de una tasa romana. Prácticamente eran recipientes de piedra húmedos e incómodos, además de estar repletos por todo tipo de vida que adora el excremento. Y lo peor era que, literalmente, tu trasero podía estallar en llamas durante alguna evacuación, un fenómeno que se producía por las abundantes emanaciones de metano en el lugar.
Se dice que los romanos arrojaban hechizos de magia en las paredes de los baños para mantener a raya a los supuestos demonios que provocaban las llamas. Algunos baños incluso tenían la imagen de Fortuna, la diosa de la suerte.
Y entonces llegó la Edad Media, y las cosas no hicieron más que empeorar. Los pueblos medievales crecieron y las personas pasaron a vivir en barrios cada vez más próximos, de forma que tratar las toneladas de desechos que se producían se convirtió en un grave problema.
Algunos residentes solían cavar fosas en sus patios, que podían esparcirse hasta las propiedades de los vecinos y provocar peleas terribles que, suponemos, generaron algunas muertes. Una mujer inglesa llamada Alice Wade ideó una especie de sistema de drenaje con tubos de madera que corría bajo varias casas y arrojaba los excrementos en una calle. Hubiera sido muy ingenioso, de no ser porqué la calle era transitada y el tubo obstruido acostumbraba a apestar toda la vecindad.
Evidentemente, como en todos las época, había personas peores que ni siquiera se preocupaban por instalar fosas o sistemas de drenaje improvisados. Algunos hacían sus necesidades en el sitio justo donde escuchaban el llamado de la naturaleza, incluso al interior de una construcción. Raramente (o casi nunca) los pisos estaban limpios, ya que las heces, basura y otras delicias solían acumularse en estos lugares.
Un historiador describe aquellos pisos como lugares repletos de “flemas, vómito, orina, excremento (tanto de perro como de hombre), desechos de cerveza, trozos de pescado, entre otras abominaciones que no son dignas de mención”. La solución para librarse de esta mezcla de terror hediondo era agregar nuevas capas de juncos para cubrir la suciedad que abundaba en el suelo.
A los castillos les iba un poco mejor que a los bungalós de los plebeyos, ya que muchas veces tenían drenajes que corrían por debajo a través de tablas de madera. El único defecto de este sistema es que la madera se pudre, y en un torrente de bacterias directamente sobre el suelo este proceso es mucho más acelerado. Hay relatos de personas que se hundían en el suelo y se ahogaban en el fondo de un pozo de excremento líquido en el fondo.
No importa lo que llegues a ver en Game Of Thrones o Vikingos, lograr que la piel tenga una apariencia saludable es algo que requiere muchos productos y conocimientos modernos. Incluso hoy somos vulnerables a desarrollar abundantes condiciones, manchas y otras cosas desagradables, nuestro consuelo es que podemos tratarlas con cremas, remedios o, de llegar a requerirse, cirugía plástica.
Pero no era así en el pasado. Por ejemplo, en el caso de la psoriasis (una condición que actualmente tiene un tratamiento relativamente simple), podría significar una sentencia de muerte. Las manchas escamosas y gruesas de piel que aparecen con la enfermedad frecuentemente se atribuían de forma errónea a la lepra. Esto automáticamente hacía que la persona fuera aislada del resto de la sociedad, asumiendo que saliera con vida del problema – en la Francia del siglo XIV, por ejemplo, las personas con piel defectuosa podían ser ejecutadas.
La sífilis, una enfermedad particularmente desagradable que pudre la carne (principalmente de la nariz) y que huele a muerte, se extendió tan rápido a través de los continentes que debieron creer que se trataba de una plaga bíblica. Con el doble efecto de ser contraída mediante relaciones sexuales y al compartir determinados síntomas con enfermedades divertidas como la lepra, siempre existía una buena probabilidad de que la persona acabara como un paria social severamente deforme (dado que las únicas opciones en aquella época eran usar una máscara o hacer un tratamiento quirúrgico que terminaba matando a más personas de las que lograba sanar).
Por ejemplo, en la Inglaterra del siglo XVI no trabajar era prácticamente equiparable a ser un criminal. Ya que las personas desempleadas muchas veces tenían que vagar de ciudad en ciudad para encontrar trabajo, se les veía como vagabundos. El castigo: ser atadas y azotadas hasta sangrar. En 1547, la ley se alteró de forma que, en lugar de azotes, las personas podían marcarse como ganado y forzadas a trabajar como esclavos. Una belleza.
En el 1600 se aprobaron nuevas leyes que incluso recompensaban la captura de vagabundos. En determinado punto, la recompensa era más o menos igual al valor de una semana de salario para un trabajador no calificado (¿los vagabundos se cazaban entre sí?).
En algunos casos, el gobierno proporcionaba asistencia a los pobres, lo que suena como algo maravilloso hasta que te enteras que, si llegabas a aceptar dicha ayuda, estabas obligado a utilizar un distintivo con la letra “P” bordada. De esta forma, todos sabían el pedazo de inútil que eras. Rehusarse a utilizar el distintivo implicaba una multa equivalente a un salario de dos semanas. Evidentemente, un salario que ni siquiera tenías. Y probablemente nunca ganarías, ya que podrían esclavizarte.
¡Un segundo! Eso suena como si los ricos realmente no tenían intenciones de motivar a los desempleados a comenzar a trabajar, y también como una disculpa para azotarlos y esclavizarlos. Pero probablemente solo somos unos paranoicos.
Y no hablamos de simples duelos entre dos rivales. Hablamos de batallas campales que resultaban en decenas de muertos.
Por ejemplo, en 1229 un grupo de estudiantes hospedados en una especie de posada se emborracharon y comenzaron a discutir con los propietarios sobre el costo del vino. La discusión se salió de control al punto de que los propietarios y estudiantes entraron en una pelea, y personas de toda la ciudad tuvieron que acudir a auxiliar a los propietarios.
Pero los universitarios no iban a permitir que una bola de gente sin educación los hiciera menos, así que volvieron al día siguiente con más compañeros, todos armados con espadas. Tras destruir barriles de vino, tomaron las calles y atacaron a todo aquel que se les ponía enfrente, fuera hombre o mujer. Y este tipo de evento no fue único, ni raro.
Durante la Edad Media en la Universidad de Oxford (sí, esa que estás pensando), estas mini guerras eran toda una rutina. Uno de los incidentes más famosos tuvo lugar en 1355, cuando se suscitó un gran motín poco antes del Día del Amor y la Amistad. Una vez más, el catalizador fue el vino, aunque la lucha estuvo enfocada en la calidad y no en el precio.
Después que un posadero regañó a un grupo de estudiantes malcriados, las campanas de la iglesia de la ciudad sonaron para llamar al pueblo a las armas. Sí, así como lo entiendes – la iglesia de Oxford tocaba las campanas para reunir a un grupo que hiciera frente a los estudiantes en el campo de batalla. Cuando la polvareda se calmó, 30 residentes de Oxford y 63 estudiantes habían perdido la vida.
En la escuela debes haber aprendido que utilizaban estos productos para conservar la carne, pero esa no es la historia completa. El comercio de especias básicamente era como traficar heroína en nuestros días.
Las personas comenzaron a creer que las especias podían curar o prevenir todo tipo de enfermedades, y las usaban en rituales religiosos. Después, toda posición social pasó a basarse en gran parte en el tipo y cantidad de condimentos que las personas eran capaces de exhibir a la hora de la comida.
En la Edad Media se alcanzaron extremos muy locos respecto al tema. El matrimonio de un duque en 1476 presumió 175 kg de pimienta, 92 kg de canela, 93 kg de azafrán, 129 kg de jengibre, 47 kg de clavo y 37 kg de nuez moscada. Este montón de condimentos se utilizó simplemente para mostrar la riqueza que poseían los novios.
En esos tiempos los europeos solían recorrer el mundo para recolectar suministros. Los nativos del archipiélago de las islas de Banda fueron masacrados sin piedad cuando los británicos y holandeses lucharon por el control de las especias del lugar. Ese era el único sitio donde podía encontrarse nuez moscada, y en la época se creía que podía curar la peste. En total, más de 6,000 personas murieron buscando algo que hoy podemos espolvorear en nuestro rompope.
Y estamos siendo muy amables al comparar este comercio con el de las drogas pesadas – en la Roma de siglo III, 450 gramos de jengibre equivalían a aproximadamente 18.5 años de salario de un artesano. Hoy, el ciudadano promedio solo tiene que economizar seis meses para conseguir un kilogramo de cocaína. Esta tendencia se mantuvo durante mucho tiempo. Cuando los visigodos saquearon Roma en el siglo V, exigieron un rescate de 1,360 kg de pimienta para liberar la ciudad. Traducción y adaptación:
1 – Ir al baño era un eterno espectáculo de horror.
¿Qué es lo peor que has encontrado en un baño? Supongamos que fue una araña enorme o una rata que salió por el inodoro.Pues felicidades, ya que no tuviste que soportar los horrores de una tasa romana. Prácticamente eran recipientes de piedra húmedos e incómodos, además de estar repletos por todo tipo de vida que adora el excremento. Y lo peor era que, literalmente, tu trasero podía estallar en llamas durante alguna evacuación, un fenómeno que se producía por las abundantes emanaciones de metano en el lugar.
Se dice que los romanos arrojaban hechizos de magia en las paredes de los baños para mantener a raya a los supuestos demonios que provocaban las llamas. Algunos baños incluso tenían la imagen de Fortuna, la diosa de la suerte.
Y entonces llegó la Edad Media, y las cosas no hicieron más que empeorar. Los pueblos medievales crecieron y las personas pasaron a vivir en barrios cada vez más próximos, de forma que tratar las toneladas de desechos que se producían se convirtió en un grave problema.
Algunos residentes solían cavar fosas en sus patios, que podían esparcirse hasta las propiedades de los vecinos y provocar peleas terribles que, suponemos, generaron algunas muertes. Una mujer inglesa llamada Alice Wade ideó una especie de sistema de drenaje con tubos de madera que corría bajo varias casas y arrojaba los excrementos en una calle. Hubiera sido muy ingenioso, de no ser porqué la calle era transitada y el tubo obstruido acostumbraba a apestar toda la vecindad.
Evidentemente, como en todos las época, había personas peores que ni siquiera se preocupaban por instalar fosas o sistemas de drenaje improvisados. Algunos hacían sus necesidades en el sitio justo donde escuchaban el llamado de la naturaleza, incluso al interior de una construcción. Raramente (o casi nunca) los pisos estaban limpios, ya que las heces, basura y otras delicias solían acumularse en estos lugares.
Un historiador describe aquellos pisos como lugares repletos de “flemas, vómito, orina, excremento (tanto de perro como de hombre), desechos de cerveza, trozos de pescado, entre otras abominaciones que no son dignas de mención”. La solución para librarse de esta mezcla de terror hediondo era agregar nuevas capas de juncos para cubrir la suciedad que abundaba en el suelo.
A los castillos les iba un poco mejor que a los bungalós de los plebeyos, ya que muchas veces tenían drenajes que corrían por debajo a través de tablas de madera. El único defecto de este sistema es que la madera se pudre, y en un torrente de bacterias directamente sobre el suelo este proceso es mucho más acelerado. Hay relatos de personas que se hundían en el suelo y se ahogaban en el fondo de un pozo de excremento líquido en el fondo.
2 – Ante el más mínimo defecto físico te podían excluir.
¿Padeciste acné en la adolescencia? ¿Quizá alguien de tu familia sufre de psoriasis? De ser así, estás a unos siglos de distancia de haber llevado una vida como un paria deforme.No importa lo que llegues a ver en Game Of Thrones o Vikingos, lograr que la piel tenga una apariencia saludable es algo que requiere muchos productos y conocimientos modernos. Incluso hoy somos vulnerables a desarrollar abundantes condiciones, manchas y otras cosas desagradables, nuestro consuelo es que podemos tratarlas con cremas, remedios o, de llegar a requerirse, cirugía plástica.
Pero no era así en el pasado. Por ejemplo, en el caso de la psoriasis (una condición que actualmente tiene un tratamiento relativamente simple), podría significar una sentencia de muerte. Las manchas escamosas y gruesas de piel que aparecen con la enfermedad frecuentemente se atribuían de forma errónea a la lepra. Esto automáticamente hacía que la persona fuera aislada del resto de la sociedad, asumiendo que saliera con vida del problema – en la Francia del siglo XIV, por ejemplo, las personas con piel defectuosa podían ser ejecutadas.
La sífilis, una enfermedad particularmente desagradable que pudre la carne (principalmente de la nariz) y que huele a muerte, se extendió tan rápido a través de los continentes que debieron creer que se trataba de una plaga bíblica. Con el doble efecto de ser contraída mediante relaciones sexuales y al compartir determinados síntomas con enfermedades divertidas como la lepra, siempre existía una buena probabilidad de que la persona acabara como un paria social severamente deforme (dado que las únicas opciones en aquella época eran usar una máscara o hacer un tratamiento quirúrgico que terminaba matando a más personas de las que lograba sanar).
3 – Ser desempleado arruinaba tu vida.
Ser un desempleado en malo en cualquier época – el desempleo siempre ha tenido cierto estigma social. Pero unos siglos atrás no tener ningún tipo de habilitad o talento era algo realmente malo.Por ejemplo, en la Inglaterra del siglo XVI no trabajar era prácticamente equiparable a ser un criminal. Ya que las personas desempleadas muchas veces tenían que vagar de ciudad en ciudad para encontrar trabajo, se les veía como vagabundos. El castigo: ser atadas y azotadas hasta sangrar. En 1547, la ley se alteró de forma que, en lugar de azotes, las personas podían marcarse como ganado y forzadas a trabajar como esclavos. Una belleza.
En el 1600 se aprobaron nuevas leyes que incluso recompensaban la captura de vagabundos. En determinado punto, la recompensa era más o menos igual al valor de una semana de salario para un trabajador no calificado (¿los vagabundos se cazaban entre sí?).
En algunos casos, el gobierno proporcionaba asistencia a los pobres, lo que suena como algo maravilloso hasta que te enteras que, si llegabas a aceptar dicha ayuda, estabas obligado a utilizar un distintivo con la letra “P” bordada. De esta forma, todos sabían el pedazo de inútil que eras. Rehusarse a utilizar el distintivo implicaba una multa equivalente a un salario de dos semanas. Evidentemente, un salario que ni siquiera tenías. Y probablemente nunca ganarías, ya que podrían esclavizarte.
¡Un segundo! Eso suena como si los ricos realmente no tenían intenciones de motivar a los desempleados a comenzar a trabajar, y también como una disculpa para azotarlos y esclavizarlos. Pero probablemente solo somos unos paranoicos.
4 – Las peleas en la universidad se convertían en batallas mortales.
Todos estamos familiarizados con lo que los universitarios borrachos son capaces de hacer. Pero sin importar lo mal que vayan las cosas, por lo menos no salen a atacar a las personas con espadas como acostumbraban a hacerlo en el siglo XIII en Paris (aunque a veces se aproximan bastante a esto).Y no hablamos de simples duelos entre dos rivales. Hablamos de batallas campales que resultaban en decenas de muertos.
Por ejemplo, en 1229 un grupo de estudiantes hospedados en una especie de posada se emborracharon y comenzaron a discutir con los propietarios sobre el costo del vino. La discusión se salió de control al punto de que los propietarios y estudiantes entraron en una pelea, y personas de toda la ciudad tuvieron que acudir a auxiliar a los propietarios.
Pero los universitarios no iban a permitir que una bola de gente sin educación los hiciera menos, así que volvieron al día siguiente con más compañeros, todos armados con espadas. Tras destruir barriles de vino, tomaron las calles y atacaron a todo aquel que se les ponía enfrente, fuera hombre o mujer. Y este tipo de evento no fue único, ni raro.
Durante la Edad Media en la Universidad de Oxford (sí, esa que estás pensando), estas mini guerras eran toda una rutina. Uno de los incidentes más famosos tuvo lugar en 1355, cuando se suscitó un gran motín poco antes del Día del Amor y la Amistad. Una vez más, el catalizador fue el vino, aunque la lucha estuvo enfocada en la calidad y no en el precio.
Después que un posadero regañó a un grupo de estudiantes malcriados, las campanas de la iglesia de la ciudad sonaron para llamar al pueblo a las armas. Sí, así como lo entiendes – la iglesia de Oxford tocaba las campanas para reunir a un grupo que hiciera frente a los estudiantes en el campo de batalla. Cuando la polvareda se calmó, 30 residentes de Oxford y 63 estudiantes habían perdido la vida.
5 – Las especias eran tratadas como drogas.
En el mundo antiguo, la sal, pimienta y otras especias eran difíciles de encontrar, y verdaderos imperios se construyeron con la finalidad de controlar su “contrabando”. Las especias también se utilizaban frecuentemente como moneda.En la escuela debes haber aprendido que utilizaban estos productos para conservar la carne, pero esa no es la historia completa. El comercio de especias básicamente era como traficar heroína en nuestros días.
Las personas comenzaron a creer que las especias podían curar o prevenir todo tipo de enfermedades, y las usaban en rituales religiosos. Después, toda posición social pasó a basarse en gran parte en el tipo y cantidad de condimentos que las personas eran capaces de exhibir a la hora de la comida.
En la Edad Media se alcanzaron extremos muy locos respecto al tema. El matrimonio de un duque en 1476 presumió 175 kg de pimienta, 92 kg de canela, 93 kg de azafrán, 129 kg de jengibre, 47 kg de clavo y 37 kg de nuez moscada. Este montón de condimentos se utilizó simplemente para mostrar la riqueza que poseían los novios.
En esos tiempos los europeos solían recorrer el mundo para recolectar suministros. Los nativos del archipiélago de las islas de Banda fueron masacrados sin piedad cuando los británicos y holandeses lucharon por el control de las especias del lugar. Ese era el único sitio donde podía encontrarse nuez moscada, y en la época se creía que podía curar la peste. En total, más de 6,000 personas murieron buscando algo que hoy podemos espolvorear en nuestro rompope.
Y estamos siendo muy amables al comparar este comercio con el de las drogas pesadas – en la Roma de siglo III, 450 gramos de jengibre equivalían a aproximadamente 18.5 años de salario de un artesano. Hoy, el ciudadano promedio solo tiene que economizar seis meses para conseguir un kilogramo de cocaína. Esta tendencia se mantuvo durante mucho tiempo. Cuando los visigodos saquearon Roma en el siglo V, exigieron un rescate de 1,360 kg de pimienta para liberar la ciudad. Traducción y adaptación:
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