¿El mundo se va a acabar? Cuatro amenazas para el fin del mundo
Cuando Dios abrió el primer sello, apareció un caballo blanco y el que lo montaba partió como vencedor y para vencer; al abrir el segundo sello, apareció un caballo de color rojo fuego y al que lo montaba se le ordenó que desterrara la paz de la tierra; cuando abrió el tercer sello, el caballo era negro y el que lo montaba tenía una balanza en la mano. Al abrir el cuarto sello, se presentó un caballo verdoso y a quien lo montaba lo llamaron Muerte.
Casi dos mil años han transcurrido desde que Juan reveló así el principio del fin del mundo, un Apocalipsis bíblico repleto de símbolos que hoy en día se siguen interpretando. ¿Qué sucesos infaustos e impredecibles amenazan hoy el orden regular de la Humanidad? ¿Lanzará el Sol una iracunda llamarada sobre la Tierra desprotegida? ¿Incendiará su núcleo hasta hacerlo estallar? ¿Provendrá el exterminio de un enemigo diminuto?
Cuatro nuevos jinetes del Apocalipsis podrían ser liberados y con voz de trueno decir “¡Ven!”, haciendo que se cumplan las famosas profecías mayas.
Las manchas solares son signo inequívoco de un aumento en la actividad magnética del Sol. Y cuando el Sol despierta, los problemas empiezan a multiplicarse. Los científicos de la NASA han advertido sobre la posibilidad de que en los próximos dos años nuestra estrella se enfade y escupa hacia la Tierra 10 mil millones de toneladas de plasma que viajarían por el espacio a la vertiginosa velocidad de más de 2 mil kilómetros por segundo. En tres días y medio, la nube de gas ionizado, también
conocida como gran eyección de masa coronal (CME), llegaría a la Tierra y provocaría una tormenta geomagnética que alteraría los campos eléctricos y sembraría caos.
La única gran tormenta de estas características registrada hasta el momento sucedió en 1859. Dejó buena cuenta de ello el astrónomo Richard Carrington, y por eso se conoce con el sobrenombre de Evento Carrington. La electricidad inducida por el fenómeno era tan intensa en el ambiente que generó auroras boreales en todo el planeta; en cuestión de telecomunicaciones, las líneas de telégrafos, el medio más avanzado de la época, enloquecieron enviando señales equivocadas.
Algo parecido sucedió en 1989 en la ciudad canadiense de Quebec, después de que los científicos detectaron manchas solares que habían crecido desproporcionadamente. Se sucedieron destellos y se detectaron 36 CME, y como consecuencia se produjo una repentina sobrecarga que colapso la red de suministro de energía. Seis millones de personas se quedaron sin electricidad durante horas. “Las brújulas se desviaron varios grados, muchos satélites perdieron altura (hasta 800 metros) y un satélite militar no pudo compensar el efecto y empezó a dar volteretas”, explica Philip Plait, autor del libro Death from the skies (La muerte llega desde el cielo).
En la actualidad, la cantidad de ondas de radio que llegarían a la Tierra sería tal que los radares quedarían inutilizados, y la radio de onda corta dejaría de funcionar por las alteraciones que sufriría la ionosfera. Un informe de la NASA incluso señala que la CME podría ser tan potente que provocaría una tormenta geomagnética que dejaría sin suministro eléctrico a todo Estados Unidos. ¿Realmente hay de qué preocuparse?
Rastrear el origen.
Las manchas solares son zonas más frías de la superficie del Sol, o fotosfera. Esta se encuentra a 6 mil grados centígrados, y las manchas, a varios centenares de grados menos. Son resultado de las tensiones del campo magnético en el interior de la estrella, cuyo núcleo alcanza los 15 millones de grados centígrados. En la parte más exterior hay una zona llamada de convección, que rota a velocidad distinta de la del resto del interior solar. Esta diferencia en la velocidad de rotación genera las mencionadas tensiones en el campo magnético. Este fenómeno se denomina dinamo.
A medida que pasa el tiempo, las turbulencias van en aumento, y las manchas solares se multiplican y lanzan llamaradas de intensidad variable. Así, hasta que el Sol alcanza su máxima actividad. Entonces las fulguraciones y las eyecciones de masa coronal son cada vez más intensas. Es el momento de máximo peligro ya que es cuando hay más posibilidades de que una CME provoque grandes desperfectos en la superficie de nuestro planeta.
“Se produce cuando el campo magnético del gas ionizado expelido por el Sol, que se acerca hacia la Tierra a unos 2 mil 500 kilómetros por segundo, viene alineado con el campo magnético de la Tierra y con el polo opuesto”, explica Luis Sánchez, coordinador de datos científicos de la misión Soho de la Agencia Espacial Europea (ESA). Normalmente, estas ráfagas solares no llegan en esa posición. Sería mucha casualidad, pero es posible. “Cuando el campo magnético proveniente del Sol no está alineado con el de la Tierra, chocan como dos pompas de jabón”, ilustra con esta analogía el experto. “El campo magnético de la Tierra nos protege de estos eventos. Sin él, nuestro planeta sería un lugar yermo golpeado por rayos cósmicos”.
El Sol comenzó a despertar a principios de agosto del 2010. Y ya los científicos del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian anunciaron preciosas auroras boreales por efecto de una CME de baja intensidad. “Esta erupción es la mayor desde hace bastante tiempo que se dirige directamente hacia la Tierra”, comentaba León Golub, miembro de este equipo. “Es el primer signo de que el Sol está desperezándose y se dirige hacia otro máximo de actividad”, apuntaban estos en su boletín de prensa.
Consecuencias colosales.
Para monitorear las fulguraciones se cuenta con una flota de satélites situados en el espacio vigilando al astro rey. En febrero del 2010 se lanzó la sonda SDO, que toma imágenes cada diez segundos. Ya en 2006 se había puesto en órbita la sonda japonesa Hinode, y el mismo año, la NASA lanzó el par de sondas STEREO. Cada una de estas se situó de manera que al combinar sus fotografías se obtuvieran, por primera vez, imágenes tridimensionales del Sol.
Tanto la ESA como la NASA están investigando con más detalle los posibles efectos de una exposición a la radiación, para diseñar materiales que las frenen o nos protejan. La ESA planea lanzar en 2018 la sonda Solar Orbiter, que se situará a 45 millones de kilómetros de la Tierra, es decir, lo más cerca del Sol que haya estado situada nunca una nave de observación. La NASA, por su parte, desarrolla la nave Solar Probé, que se adentrará en la corona, una de las zonas más calientes y desconocidas del astro. Juntos se trata de crear un aparato internacional de millones de dólares ante una inminente explosión cuyas posibles consecuencias, bien a bien, no han podido ser determinadas con antelación.
¿Cuáles pueden ser las consecuencias? Para empezar, los satélites que no estén preparados no podrán aguantar el chorro de partículas de alta energía. De los miles que hay en órbita (cerca de 8 mil), algunos no funcionarían por las corrientes eléctricas que se generarían por inducción en sus circuitos, o quedarían achicharrados. El chorro también podría penetrar en los vuelos comerciales que viajen a gran altitud, lo que afectaría la salud de los viajeros. También quedaría mermada la capa de ozono, que disminuiría sobre todo en las regiones polares.
Así que no te angusties; las principales agencias espaciales ya trabajan para comprender y paliar los daños que pudiera causar la temida explosión solar.
Hace cinco décadas, especialistas en geología y oceanografía encontraron señales de magnetización en las rocas del lecho marino. El hallazgo no habría representado mayor novedad si no fuera porque la polaridad de algunas rocas apuntaba hacia el Norte -como las brújulas- y la de otras señalaba hacia el Sur. Tras un considerable número de estudios y análisis, se concluyó que existe la posibilidad de que se inviertan los polos magnéticos de la Tierra, como sucedió hace unos 780 mil años. Este impredecible suceso podría implicar un debilitamiento extremo de la magnetosfera terrestre, ese escudo invisible que protege la Tierra y a sus habitantes del viento y la radiación solares.
Con Norte incierto.
En el centro de la Tierra existe un núcleo sólido de hierro, rodeado por un flujo de hierro líquido. Ambos rotan a diferentes velocidades y este movimiento desacoplado crea corrientes llamadas de convección, que convierten el núcleo terrestre en un gigantesco dinamo, o geodinamo, produciendo el campo magnético que forma la magnetosfera, y da origen a los polos magnéticos terrestres.
Desde hace mucho tiempo la ciencia sabe que el polo norte magnético se mueve. En los últimos 150 años, se ha alejado unos 1,100 kilómetros del Ártico. De hecho, en 2009 se detectó un movimiento hacia Rusia, a una velocidad de casi 64 kilómetros por año y, en África, las brújulas ya se mueven hacia el Sur a razón de casi un grado por década.
Según Joseph Stoner, paleomagnetólogo de la Universidad Estatal de Oregon, la velocidad de desplazamiento del polo magnético se ha incrementado durante el último siglo, en comparación con los 400 años anteriores. Además, en 2003, expertos de la Unión de Geofísicos de Estados Unidos señalaron que el campo magnético de la Tierra se había debilitado entre 10 y 15% en los últimos 150 años. ¿Por qué? Los científicos no lo saben con certeza.
El campo magnético está sujeto a variaciones temporales que pueden durar desde fracciones de segundo hasta eras geológicas. Las variaciones cortas tienen principalmente un origen externo y son causadas en general por influencia de la actividad del Sol, como las eyecciones de su corona y el viento solar.
Las variaciones de muy largo plazo se llaman seculares y se producen en escalas que van de décadas hasta millones de años. Son provocadas por los cambios en el flujo, como parte del proceso del geodinamo interno de la Tierra. Durante estas variaciones, normalmente se alternan periodos en los que la fuerza magnética terrestre aumenta o se debilita, para luego revertirse o invertir su polaridad. Si la polaridad reaparece en la misma dirección, se conoce como excursión magnética; si reaparece en la dirección opuesta, se denomina inversión. Hasta ahora, este suceso es una de las incógnitas terrestres más profundas; aunque en términos generales el campo magnético global parece reducirse de manera importante, su cambio secular está distribuido de manera desigual en distintas zonas del planeta. Por ejemplo, en 2003, se encontraron profundos cambios en el campo magnético de la región de Asia austral; un año después, los cambios se concentraban en el sur de África. En 2008, Mioara Mandea, del Centro Alemán de Investigación de Geociencias, y Niels Olsen, del Centro Espacial de Dinamarca, publicaron en Nature Geoscience un estudio realizado con base en datos satelitales. Los geofísicos detectaron una reducción del campo geomagnético en la región del Atlántico Sur, con un área mucho más débil al Este de Brasil. En esa región, conocida como “Anomalía del Atlántico Sur”, el continuo debilitamiento del campo magnético ha disminuido su efecto protector contra la radiación natural proveniente del espacio, lo que vulnera el funcionamiento de los satélites que pasan por la zona.
¿Abrasados?
Si el debilitamiento magnético redujera nuestra magnetosfera a cero, la Tierra quedaría a merced de un grave aumento en la radiación espacial y solar. El bombardeo del Sol se incrementa durante las eyecciones de masa coronal, que suelen producirse en los picos máximos de actividad solar, cada 11 años, y se calcula que el próximo pico máximo ocurrirá en máximo un año. Al desviar las partículas, la magnetosfera impide que recibamos toda esa radiación, y sin ella, la atmósfera terrestre podría ser arrasada poco a poco, en un proceso equivalente a la erosión del viento sobre las arenas del desierto, perdiéndose en el espacio junto con todos los gases que hacen posible la vida.
Algo así pudo haber sucedido en el planeta Marte. El desaparecido investigador de la NASA, Mario Acuña, pensaba que el campo magnético del planeta rojo, hoy prácticamente inexistente, pudo ser similar al terrestre. Al perderlo y quedar expuesto a la radiación solar durante millones de años, la atmósfera marciana gradualmente se habría esfumado, dejando el mundo estéril que conocemos.
Mañana o pasado.
El campo magnético de la Tierra se ha revertido cientos de veces en los últimos mil millones de años sin perderse totalmente. De acuerdo con investigaciones del geofísico Brad Clement, de la Universidad Internacional de Florida, en los últimos 15 millones de años se han presentado cuatro inversiones bipolares por cada millón de años. Esto implicaría, en promedio, un proceso completo de inversión cada 250 mil años.
Si bien la inversión más reciente fue hace unos 780 mil años -mucho antes de que la humanidad dependiera de la vulnerable tecnología-, se piensa que las inversiones bipolares no ocurren en periodos fijos ni tienen un limite de tiempo establecido y pueden durar miles o millones de años. Científicos como John Tarduno, de la Universidad de Rochester, aseguran que las excursiones del campo magnético son más frecuentes que sus inversiones, así que el debilitamiento magnético detectado en la Tierra podría pertenecer más bien a la primera categoría, y revertirse sin problema en algunos siglos.
En cualquier caso, David Stern, investigador emérito del Centro Espacial Goddard, señala que, durante una reversión de polaridad, el campo magnético nunca se extinguiría sino que sólo se debilitaría, tal vez desarrollando más polos en lugares impredecibles. Geofísicos de la NASA demostraron hace años que la fuerza magnética podría redistribuirse en un sistema más complejo de cuatro o más polos. En cualquier caso, cuando el cambio suceda, será gradual, asegura Stern. De hecho, nuestros primeros ancestros sobrevivieron a este fenómeno probablemente más de una vez. “Será algo por lo que debamos preocuparnos, pero no una catástrofe”, asegura Gary Glatzmaier, de la Universidad de California. ¿Será?
A principios de 2010 la erupción del volcán islandés Eyjafjallajókull paralizó por varias semanas el tráfico aéreo en el hemisferio norte. El fenómeno natural fue sorpresivo y catastrófico y las pérdidas registradas se sumaron en miles de millones de dólares. A pesar de ello, el evento podría ser minúsculo si lo comparamos con la furia que puede albergar uno de los llamados supervolcanes. Y existe más de uno en el mundo, así que las posibilidades se incrementan.
Según el Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS), un supervolcán es aquel que cuya erupción genera una expulsión de más de mil kilómetros cúbicos de material (entre cenizas, lava y gases) hacia el exterior. Como comparación, la erupción del volcán Pinatubo en Filipinas, en 1991, apenas lanzó 4.8 kilómetros cúbicos de material hacia la superficie del país asiático.
Y aunque las erupciones de supervolcanes ocurren cada cientos de miles de años, su capacidad destructiva puede ser devastadora. De acuerdo con investigaciones del científico británico Teal Riley en el British Antarctic Survey, los supervolcanes no sólo son explosiones extremadamente violentas, sino muy prolongadas: pueden durar miles de años en erupción continua.
Esto fue lo que sucedió en la meseta de Decán, una extensión de miles de kilómetros cuadrados al Oeste de India. Una serie de erupciones de supervolcanes al final del periodo Cretácico, hace 68 millones de años, cubrieron dicha meseta con una capa de casi un kilómetro de material volcánico que aún se alcanza a ver.
Aunque se sabe acerca de las fuerzas que dan origen a estos colosos de fuego, gracias al trabajo de científicos en el Integrated Ocean Drilling Program (IODP), en 2009 se pudo determinar que a diferencia de los volcanes “normales”, cuya lava proviene de las capas inferiores de la corteza a pocos kilómetros de la superñcie, los supervolcanes tienen su origen en flujos de magma que vienen directamente del manto terrestre, a una profundidad superior a 25 kilómetros. Y las consecuencias también son considerablemente más profundas.
Toba: crónica devastadora.
La última megaerupción de este tipo sucedió hace aproximadamente 74 mil años en lo que ahora se denomina lago Toba, en Sumatra, una isla en Indonesia. La erupción, que duró alrededor de un milenio, arrojó a la atmósfera aproximadamente 3 mil kilómetros cúbicos de material que, según especialistas del Observatorio Volcánico Hawaiano, sepultaron más de 20 mil kilómetros cuadrados de la isla (aproximadamente el 4% de su extensión total) bajo una capa de hasta 600 metros de espesor.
Además, buena parte del hemisferio sur (desde Arabia hasta el Mar de China) recibió una capa de hasta 15 centímetros de ceniza. Según el antropólogo Stanley Ambrose, de la Universidad de Illinois, la temperatura planetaria cayó aproximadamente seis grados centígrados, lo que propició un invierno mundial de media década y catastróficas consecuencias para la vida, tanto animal como vegetal.
Hoy, los vulcanólogos están más que pendientes de este fenómeno.
¿Un apocalipsis cercano?
Un peligro latente duerme bajo Norteamérica: el Yellowstone. Conocido por el parque natural homónimo ubicado entre los estados de Wyoming, Idaho y Montana, en Estados Unidos, es en realidad la caldera (una cavidad subterránea) que el volcán dejó tras su última erupción, hace aproximadamente 640 mil años; un episodio denominado Lava Creek.
En la década de 1980, el geólogo estadounidense Robert Christiansen halló que debajo de la denominada meseta Yellowstone se hallaba una red de conductos y cámaras de 6 mil 500 kilómetros cuadrados de extensión que podría contener hasta 24 mil kilómetros cúbicos de magma, que constantemente fluye hacia una serie de calderas ubicadas decenas de kilómetros bajo la superficie.
Ocasionalmente estos flujos de magma llegan a la superficie y se derraman por la caldera en explosiones menos violentas pero no menos dañinas. Mediciones del USGS descubrieron que el último derrame ocurrió hace 70 mil años y cubrió con lava una zona de 340 kilómetros cuadrados.
De acuerdo con el doctor Christiansen, hace un millón de años quedó taponado el conducto de magma que nutre las cámaras bajo el supervolcán, pero hace 200 mil años una serie de temblores fracturó el tapón, lo que reinició el flujo de lava y permitió la erupción de Lava Creek hace 640 mil años.
¿Qué podría hacer estallar la próxima vez al Yellowstone? Se especula que filtraciones de grandes cantidades de agua podrían elevar repentinamente la presión al interior, desencadenando una violenta erupción. Se sabe que la erupción Lava Creek ocurrió en el transcurso de pocos días debido a la acumulación súbita de presión.
¿Cuándo podría presentarse de nuevo?
Una explosión similar hoy en día sería devastadora. Por inicio de cuentas, la región del Medio Oeste norteamericano (donde se han depositado cenizas de las últimas erupciones del Yellowstone) pondría en peligro el suministro mundial de alimentos: la ceniza volcánica sobre el estado de Iowa destruiría el 7.4% de todo el maíz sembrado en el planeta.
Por otro lado, centros urbanos del sur de Estados Unidos, desde San Diego hasta Houston, se verían severamente afectados: la caída de ceniza destruiría parte del cableado y la infraestructura de telecomunicaciones; el suministro de agua quedaría contaminado y las plantas de energía eléctrica quedarían inutilizadas por bloqueos de ceniza.
Otra grave afectación sería consecuencia de la radiación solar que llega al hemisferio norte de la Tierra. Una investigación realizada en 2005 por investigadores del Instituto Max Planck señaló que la Tierra se vería afectada por el bloqueo de la capa de ceniza “suspendida en la atmósfera, provocando un descenso de varios grados en la temperatura por lo menos durante un año.
Los tiempos geológicos se miden por miles de años, y nadie puede afirmar la inminencia de una erupción con fecha precisa. Como afirma el periodista Greg Breining, autor de Super Volcano: “Es inquietante -y un poco alarmante- considerar los momentos de las supererupciones en Yellowstone: hace 2.1 millones de años, 1.3 millones de años y 640 mil años. Los intervalos son de 0 a 800 mil años. Esto sugiere que se acerca otra explosión y en tiempo geológico, ¡pronto!”
En agosto de 2010, la revista The Lancet publicaba que un grupo de bacterias compartía una enzima capaz de bloquear el efecto de prácticamente todos los antibióticos conocidos. En Inglaterra ya se habían presentado 37 casos de pacientes infectados, 44 en Madras y 26 en Haryana, India, además de 73 en otras poblaciones de Asia.
El equipo de científicos que estudió los casos detectó que las bacterias compartían un mismo gen bautizado como New Delhi meta
llo-beta-lactamasa o NDM-1. Las bacterias que lo incorporaban en su material genético se hacían resistentes a los antibióticos betalactámicos, a las fluoroquinolonas, a los aminoglicócidos. Se convertían en superbacterias.
Por suerte, la polimixina y la colistina, dos poderosos antibacterianos, resultaron efectivos para controlar la enfermedad. Pero el problema, a los ojos de los investigadores, no era sólo la nueva enzima sino también la facilidad con que las bacterias de diferentes especies estaban compartiendo la información genética para fabricarla.
“Por cuenta del turismo médico y los viajes internacionales en general, la resistencia de este tipo de bacterias tiene el potencial de esparcirse alrededor del mundo muy, muy rápido. Y no tenemos nada en la línea de desarrollo de medicamentos para atacarla”, comentó en ese momento Timothy Walsh, de la Universidad de Cardiff, en Gran Bretaña, quien lideró el estudio.
El temor de regresar a la era preantibiótica es compartido hoy por la mayoría de infectólogos. Los tiempos en que un absceso bucal, una neumonía o una simple infección urinaria cortaban de tajo la vida de una persona podrían estar cerca.
Demasiado cerca, quizás. Sólo en Estados Unidos, dos millones de personas adquieren infecciones cada año dentro de los hospitales -el escondite favorito de las superbacterias- y 90 mil fallecen a causa de ellas. Cerca del 70% de esas infecciones son resistentes al menos a un medicamento. En pocas palabras, “las superbacterias” cobran más vidas que la epidemia del VIH en ese país.
“Las bacterias son las campeonas de la evolución, pocos microorganismos se han adaptado a tal punto que representan un verdadero reto clínico para los humanos”, señala César Arias, infectólogo y profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad de Texas. Los homínidos llevamos seis millones de años con los pies sobre la superficie de la Tierra; las bacterias, más de 100 millones.
Junto a la doctora Barbara Murray, en el departamento de enfermedades infecciosas de la Universidad de Texas, Arias se ha dedicado a estudiar la resistencia bacteriana a los antibióticos, un tema catalogado por la Organización Mundial de la Salud como uno de los tres mayores riesgos para la salud humana.
Cuando se le pregunta cuál es la lista de bacterias a vencer, cita el acrónimo “ESKAPE”. Cada letra de esta palabra coincide con las iniciales de los agentes patógenos más resistentes: Enterococcus faecium, Stapluylococcus aureus, Klebsiella pneumoniae, Acinetobacter baumannii, Pseudomonas aeruginosa y las especies del género Enterobacter. Es el cártel de los más buscados.
“El problema nació casi a la par con los antibióticos”, apunta Arias al remontarse medio siglo en la historia. Tras la aparición de la penicilina, los laboratorios farmacéuticos salieron a la caza de sustancias similares. En 1945 aparecieron las cefalosporinas, luego los aminoglucósidos, más tarde las tetraciclinas, los macrólidos, los glicopéptidos, la rifamicina. Hacia la década de los 60 también se sumaron los nitroimidazoles, las quinolonas y el trimetoprim, y al despuntar el siglo XX, nacieron la oxazolidinones y los lipopéptidos. Parecía que la batalla se inclinaba a nuestro favor.
Pero las bacterias no se quedaron atrás. Según Arias, aprovecharon cada descuido humano en el exagerado y mal uso de los antibióticos para aprender a sobrevivir.
Un buen ejemplo del camino que han seguido es el del Staphylococcus aureus metilino-resistente (MRSA), un viejo conocido de la Medicina en todo el planeta. Presente en la mucosa y la piel de al menos un tercio de la población mundial, siempre está al acecho.
Apenas cuatro años después de comenzar la producción masiva de penicilina, en 1947 se detectó la primera cepa de Staphylococous resistente a esta droga. Hoy, más de 50% de las cepas son inmunes a ella. Los médicos comenzaron a usar meticilina para derrotarlo. A través de una serie de mutaciones genéticas, el estafilococo dorado aprendió a eludir el cerco. Cuando comenzó a ser controlado con otro antibiótico más poderoso como la vancomicina, algunas colonias de la bacteria hallaron una vez más la puerta de salida. Esta vez al adquirir el gen van A, originalmente descritas en bacterias del género Enterococcus. Por suerte, son pocos los reportes de este supercoco resistente a la vancomicina en el mundo, y un buen número de antibióticos orales sigue siendo útil para controlarlo.
El origen de la resistencia.
Para José Sifuentes Osornio, presidente de la Asociación Mexicana de Infectología y Microbiología Clínica, son tres los factores que se han combinado en esta delicada situación que amenaza la salud pública.
Por un lado, el abuso de la comunidad médica de los antibióticos. “Muchos los usan para resolver problemas que no los necesitan”, dice. En Estados Unidos, por ejemplo, un estudio de 1998 estimó que 55% de todos los antibióticos prescritos para infecciones respiratorias en pacientes extrahospitalarios (22.6 millones de dosis) eran innecesarios. En segundo lugar, aunque se ha atemperado, el abuso por parte de la población mundial. En tercer lugar está el uso de antibióticos por un grupo heterogéneo de actores, entre ellos los que se dedican a la acuicultura, la ganadería y la agricultura. Michael Pollan, profesor de la Universidad de Berkeley y autor del libro In Defense of Food (En defensa de la comida), señala que 70% de los antibióticos van a la agroindustria, pues el ganado que recibe pequeñas dosis de antibióticos es más productivo, y eso rige para el ganadero.
Encima de todo, entre 1983 y 1987, la Agencia de Fármacos y Alimentos (FDA, por sus siglas en inglés) aprobó 16 antibióticos; entre 2003 y 2007, apenas aprobó cuatro más; en 2009, sólo uno. El futuro no luce prometedor: sólo seis de las cerca de 500 drogas que actualmente se desarrollan corresponden a antibióticos. ¿Quién quiere invertir en medicamentos que se usan pocos días y además son estrictamente controlados, si los esfuerzos se pueden concentrar “en tratamientos contra el cáncer que cuestan varios miles de dólares por paciente o medicamentos que se deben tomar a lo largo de toda una vida?
Casi dos mil años han transcurrido desde que Juan reveló así el principio del fin del mundo, un Apocalipsis bíblico repleto de símbolos que hoy en día se siguen interpretando. ¿Qué sucesos infaustos e impredecibles amenazan hoy el orden regular de la Humanidad? ¿Lanzará el Sol una iracunda llamarada sobre la Tierra desprotegida? ¿Incendiará su núcleo hasta hacerlo estallar? ¿Provendrá el exterminio de un enemigo diminuto?
Cuatro nuevos jinetes del Apocalipsis podrían ser liberados y con voz de trueno decir “¡Ven!”, haciendo que se cumplan las famosas profecías mayas.
Peligro: tsunami solar.
Una tormenta de radiación podría golpear la Tierra y desencadenar una catástrofe en el suministro de energía y las telecomunicaciones.Las manchas solares son signo inequívoco de un aumento en la actividad magnética del Sol. Y cuando el Sol despierta, los problemas empiezan a multiplicarse. Los científicos de la NASA han advertido sobre la posibilidad de que en los próximos dos años nuestra estrella se enfade y escupa hacia la Tierra 10 mil millones de toneladas de plasma que viajarían por el espacio a la vertiginosa velocidad de más de 2 mil kilómetros por segundo. En tres días y medio, la nube de gas ionizado, también
conocida como gran eyección de masa coronal (CME), llegaría a la Tierra y provocaría una tormenta geomagnética que alteraría los campos eléctricos y sembraría caos.
La única gran tormenta de estas características registrada hasta el momento sucedió en 1859. Dejó buena cuenta de ello el astrónomo Richard Carrington, y por eso se conoce con el sobrenombre de Evento Carrington. La electricidad inducida por el fenómeno era tan intensa en el ambiente que generó auroras boreales en todo el planeta; en cuestión de telecomunicaciones, las líneas de telégrafos, el medio más avanzado de la época, enloquecieron enviando señales equivocadas.
Algo parecido sucedió en 1989 en la ciudad canadiense de Quebec, después de que los científicos detectaron manchas solares que habían crecido desproporcionadamente. Se sucedieron destellos y se detectaron 36 CME, y como consecuencia se produjo una repentina sobrecarga que colapso la red de suministro de energía. Seis millones de personas se quedaron sin electricidad durante horas. “Las brújulas se desviaron varios grados, muchos satélites perdieron altura (hasta 800 metros) y un satélite militar no pudo compensar el efecto y empezó a dar volteretas”, explica Philip Plait, autor del libro Death from the skies (La muerte llega desde el cielo).
En la actualidad, la cantidad de ondas de radio que llegarían a la Tierra sería tal que los radares quedarían inutilizados, y la radio de onda corta dejaría de funcionar por las alteraciones que sufriría la ionosfera. Un informe de la NASA incluso señala que la CME podría ser tan potente que provocaría una tormenta geomagnética que dejaría sin suministro eléctrico a todo Estados Unidos. ¿Realmente hay de qué preocuparse?
Rastrear el origen.
Las manchas solares son zonas más frías de la superficie del Sol, o fotosfera. Esta se encuentra a 6 mil grados centígrados, y las manchas, a varios centenares de grados menos. Son resultado de las tensiones del campo magnético en el interior de la estrella, cuyo núcleo alcanza los 15 millones de grados centígrados. En la parte más exterior hay una zona llamada de convección, que rota a velocidad distinta de la del resto del interior solar. Esta diferencia en la velocidad de rotación genera las mencionadas tensiones en el campo magnético. Este fenómeno se denomina dinamo.
A medida que pasa el tiempo, las turbulencias van en aumento, y las manchas solares se multiplican y lanzan llamaradas de intensidad variable. Así, hasta que el Sol alcanza su máxima actividad. Entonces las fulguraciones y las eyecciones de masa coronal son cada vez más intensas. Es el momento de máximo peligro ya que es cuando hay más posibilidades de que una CME provoque grandes desperfectos en la superficie de nuestro planeta.
“Se produce cuando el campo magnético del gas ionizado expelido por el Sol, que se acerca hacia la Tierra a unos 2 mil 500 kilómetros por segundo, viene alineado con el campo magnético de la Tierra y con el polo opuesto”, explica Luis Sánchez, coordinador de datos científicos de la misión Soho de la Agencia Espacial Europea (ESA). Normalmente, estas ráfagas solares no llegan en esa posición. Sería mucha casualidad, pero es posible. “Cuando el campo magnético proveniente del Sol no está alineado con el de la Tierra, chocan como dos pompas de jabón”, ilustra con esta analogía el experto. “El campo magnético de la Tierra nos protege de estos eventos. Sin él, nuestro planeta sería un lugar yermo golpeado por rayos cósmicos”.
El Sol comenzó a despertar a principios de agosto del 2010. Y ya los científicos del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian anunciaron preciosas auroras boreales por efecto de una CME de baja intensidad. “Esta erupción es la mayor desde hace bastante tiempo que se dirige directamente hacia la Tierra”, comentaba León Golub, miembro de este equipo. “Es el primer signo de que el Sol está desperezándose y se dirige hacia otro máximo de actividad”, apuntaban estos en su boletín de prensa.
Consecuencias colosales.
Para monitorear las fulguraciones se cuenta con una flota de satélites situados en el espacio vigilando al astro rey. En febrero del 2010 se lanzó la sonda SDO, que toma imágenes cada diez segundos. Ya en 2006 se había puesto en órbita la sonda japonesa Hinode, y el mismo año, la NASA lanzó el par de sondas STEREO. Cada una de estas se situó de manera que al combinar sus fotografías se obtuvieran, por primera vez, imágenes tridimensionales del Sol.
Tanto la ESA como la NASA están investigando con más detalle los posibles efectos de una exposición a la radiación, para diseñar materiales que las frenen o nos protejan. La ESA planea lanzar en 2018 la sonda Solar Orbiter, que se situará a 45 millones de kilómetros de la Tierra, es decir, lo más cerca del Sol que haya estado situada nunca una nave de observación. La NASA, por su parte, desarrolla la nave Solar Probé, que se adentrará en la corona, una de las zonas más calientes y desconocidas del astro. Juntos se trata de crear un aparato internacional de millones de dólares ante una inminente explosión cuyas posibles consecuencias, bien a bien, no han podido ser determinadas con antelación.
¿Cuáles pueden ser las consecuencias? Para empezar, los satélites que no estén preparados no podrán aguantar el chorro de partículas de alta energía. De los miles que hay en órbita (cerca de 8 mil), algunos no funcionarían por las corrientes eléctricas que se generarían por inducción en sus circuitos, o quedarían achicharrados. El chorro también podría penetrar en los vuelos comerciales que viajen a gran altitud, lo que afectaría la salud de los viajeros. También quedaría mermada la capa de ozono, que disminuiría sobre todo en las regiones polares.
Así que no te angusties; las principales agencias espaciales ya trabajan para comprender y paliar los daños que pudiera causar la temida explosión solar.
La Tierra sin escudo.
El campo magnético del planeta se debilita aceleradamente. ¿Provocará esto que perdamos nuestra protección ante el Sol?Hace cinco décadas, especialistas en geología y oceanografía encontraron señales de magnetización en las rocas del lecho marino. El hallazgo no habría representado mayor novedad si no fuera porque la polaridad de algunas rocas apuntaba hacia el Norte -como las brújulas- y la de otras señalaba hacia el Sur. Tras un considerable número de estudios y análisis, se concluyó que existe la posibilidad de que se inviertan los polos magnéticos de la Tierra, como sucedió hace unos 780 mil años. Este impredecible suceso podría implicar un debilitamiento extremo de la magnetosfera terrestre, ese escudo invisible que protege la Tierra y a sus habitantes del viento y la radiación solares.
Con Norte incierto.
En el centro de la Tierra existe un núcleo sólido de hierro, rodeado por un flujo de hierro líquido. Ambos rotan a diferentes velocidades y este movimiento desacoplado crea corrientes llamadas de convección, que convierten el núcleo terrestre en un gigantesco dinamo, o geodinamo, produciendo el campo magnético que forma la magnetosfera, y da origen a los polos magnéticos terrestres.
Desde hace mucho tiempo la ciencia sabe que el polo norte magnético se mueve. En los últimos 150 años, se ha alejado unos 1,100 kilómetros del Ártico. De hecho, en 2009 se detectó un movimiento hacia Rusia, a una velocidad de casi 64 kilómetros por año y, en África, las brújulas ya se mueven hacia el Sur a razón de casi un grado por década.
Según Joseph Stoner, paleomagnetólogo de la Universidad Estatal de Oregon, la velocidad de desplazamiento del polo magnético se ha incrementado durante el último siglo, en comparación con los 400 años anteriores. Además, en 2003, expertos de la Unión de Geofísicos de Estados Unidos señalaron que el campo magnético de la Tierra se había debilitado entre 10 y 15% en los últimos 150 años. ¿Por qué? Los científicos no lo saben con certeza.
El campo magnético está sujeto a variaciones temporales que pueden durar desde fracciones de segundo hasta eras geológicas. Las variaciones cortas tienen principalmente un origen externo y son causadas en general por influencia de la actividad del Sol, como las eyecciones de su corona y el viento solar.
Las variaciones de muy largo plazo se llaman seculares y se producen en escalas que van de décadas hasta millones de años. Son provocadas por los cambios en el flujo, como parte del proceso del geodinamo interno de la Tierra. Durante estas variaciones, normalmente se alternan periodos en los que la fuerza magnética terrestre aumenta o se debilita, para luego revertirse o invertir su polaridad. Si la polaridad reaparece en la misma dirección, se conoce como excursión magnética; si reaparece en la dirección opuesta, se denomina inversión. Hasta ahora, este suceso es una de las incógnitas terrestres más profundas; aunque en términos generales el campo magnético global parece reducirse de manera importante, su cambio secular está distribuido de manera desigual en distintas zonas del planeta. Por ejemplo, en 2003, se encontraron profundos cambios en el campo magnético de la región de Asia austral; un año después, los cambios se concentraban en el sur de África. En 2008, Mioara Mandea, del Centro Alemán de Investigación de Geociencias, y Niels Olsen, del Centro Espacial de Dinamarca, publicaron en Nature Geoscience un estudio realizado con base en datos satelitales. Los geofísicos detectaron una reducción del campo geomagnético en la región del Atlántico Sur, con un área mucho más débil al Este de Brasil. En esa región, conocida como “Anomalía del Atlántico Sur”, el continuo debilitamiento del campo magnético ha disminuido su efecto protector contra la radiación natural proveniente del espacio, lo que vulnera el funcionamiento de los satélites que pasan por la zona.
¿Abrasados?
Si el debilitamiento magnético redujera nuestra magnetosfera a cero, la Tierra quedaría a merced de un grave aumento en la radiación espacial y solar. El bombardeo del Sol se incrementa durante las eyecciones de masa coronal, que suelen producirse en los picos máximos de actividad solar, cada 11 años, y se calcula que el próximo pico máximo ocurrirá en máximo un año. Al desviar las partículas, la magnetosfera impide que recibamos toda esa radiación, y sin ella, la atmósfera terrestre podría ser arrasada poco a poco, en un proceso equivalente a la erosión del viento sobre las arenas del desierto, perdiéndose en el espacio junto con todos los gases que hacen posible la vida.
Algo así pudo haber sucedido en el planeta Marte. El desaparecido investigador de la NASA, Mario Acuña, pensaba que el campo magnético del planeta rojo, hoy prácticamente inexistente, pudo ser similar al terrestre. Al perderlo y quedar expuesto a la radiación solar durante millones de años, la atmósfera marciana gradualmente se habría esfumado, dejando el mundo estéril que conocemos.
Mañana o pasado.
El campo magnético de la Tierra se ha revertido cientos de veces en los últimos mil millones de años sin perderse totalmente. De acuerdo con investigaciones del geofísico Brad Clement, de la Universidad Internacional de Florida, en los últimos 15 millones de años se han presentado cuatro inversiones bipolares por cada millón de años. Esto implicaría, en promedio, un proceso completo de inversión cada 250 mil años.
Si bien la inversión más reciente fue hace unos 780 mil años -mucho antes de que la humanidad dependiera de la vulnerable tecnología-, se piensa que las inversiones bipolares no ocurren en periodos fijos ni tienen un limite de tiempo establecido y pueden durar miles o millones de años. Científicos como John Tarduno, de la Universidad de Rochester, aseguran que las excursiones del campo magnético son más frecuentes que sus inversiones, así que el debilitamiento magnético detectado en la Tierra podría pertenecer más bien a la primera categoría, y revertirse sin problema en algunos siglos.
En cualquier caso, David Stern, investigador emérito del Centro Espacial Goddard, señala que, durante una reversión de polaridad, el campo magnético nunca se extinguiría sino que sólo se debilitaría, tal vez desarrollando más polos en lugares impredecibles. Geofísicos de la NASA demostraron hace años que la fuerza magnética podría redistribuirse en un sistema más complejo de cuatro o más polos. En cualquier caso, cuando el cambio suceda, será gradual, asegura Stern. De hecho, nuestros primeros ancestros sobrevivieron a este fenómeno probablemente más de una vez. “Será algo por lo que debamos preocuparnos, pero no una catástrofe”, asegura Gary Glatzmaier, de la Universidad de California. ¿Será?
Furia de fuego: Yellowstone.
¿Puede la presión acumulada debajo de los supervolcanes darnos una desagradable sorpresa?A principios de 2010 la erupción del volcán islandés Eyjafjallajókull paralizó por varias semanas el tráfico aéreo en el hemisferio norte. El fenómeno natural fue sorpresivo y catastrófico y las pérdidas registradas se sumaron en miles de millones de dólares. A pesar de ello, el evento podría ser minúsculo si lo comparamos con la furia que puede albergar uno de los llamados supervolcanes. Y existe más de uno en el mundo, así que las posibilidades se incrementan.
Y aunque las erupciones de supervolcanes ocurren cada cientos de miles de años, su capacidad destructiva puede ser devastadora. De acuerdo con investigaciones del científico británico Teal Riley en el British Antarctic Survey, los supervolcanes no sólo son explosiones extremadamente violentas, sino muy prolongadas: pueden durar miles de años en erupción continua.
Esto fue lo que sucedió en la meseta de Decán, una extensión de miles de kilómetros cuadrados al Oeste de India. Una serie de erupciones de supervolcanes al final del periodo Cretácico, hace 68 millones de años, cubrieron dicha meseta con una capa de casi un kilómetro de material volcánico que aún se alcanza a ver.
Aunque se sabe acerca de las fuerzas que dan origen a estos colosos de fuego, gracias al trabajo de científicos en el Integrated Ocean Drilling Program (IODP), en 2009 se pudo determinar que a diferencia de los volcanes “normales”, cuya lava proviene de las capas inferiores de la corteza a pocos kilómetros de la superñcie, los supervolcanes tienen su origen en flujos de magma que vienen directamente del manto terrestre, a una profundidad superior a 25 kilómetros. Y las consecuencias también son considerablemente más profundas.
Toba: crónica devastadora.
La última megaerupción de este tipo sucedió hace aproximadamente 74 mil años en lo que ahora se denomina lago Toba, en Sumatra, una isla en Indonesia. La erupción, que duró alrededor de un milenio, arrojó a la atmósfera aproximadamente 3 mil kilómetros cúbicos de material que, según especialistas del Observatorio Volcánico Hawaiano, sepultaron más de 20 mil kilómetros cuadrados de la isla (aproximadamente el 4% de su extensión total) bajo una capa de hasta 600 metros de espesor.
Además, buena parte del hemisferio sur (desde Arabia hasta el Mar de China) recibió una capa de hasta 15 centímetros de ceniza. Según el antropólogo Stanley Ambrose, de la Universidad de Illinois, la temperatura planetaria cayó aproximadamente seis grados centígrados, lo que propició un invierno mundial de media década y catastróficas consecuencias para la vida, tanto animal como vegetal.
Hoy, los vulcanólogos están más que pendientes de este fenómeno.
¿Un apocalipsis cercano?
Un peligro latente duerme bajo Norteamérica: el Yellowstone. Conocido por el parque natural homónimo ubicado entre los estados de Wyoming, Idaho y Montana, en Estados Unidos, es en realidad la caldera (una cavidad subterránea) que el volcán dejó tras su última erupción, hace aproximadamente 640 mil años; un episodio denominado Lava Creek.
En la década de 1980, el geólogo estadounidense Robert Christiansen halló que debajo de la denominada meseta Yellowstone se hallaba una red de conductos y cámaras de 6 mil 500 kilómetros cuadrados de extensión que podría contener hasta 24 mil kilómetros cúbicos de magma, que constantemente fluye hacia una serie de calderas ubicadas decenas de kilómetros bajo la superficie.
Ocasionalmente estos flujos de magma llegan a la superficie y se derraman por la caldera en explosiones menos violentas pero no menos dañinas. Mediciones del USGS descubrieron que el último derrame ocurrió hace 70 mil años y cubrió con lava una zona de 340 kilómetros cuadrados.
De acuerdo con el doctor Christiansen, hace un millón de años quedó taponado el conducto de magma que nutre las cámaras bajo el supervolcán, pero hace 200 mil años una serie de temblores fracturó el tapón, lo que reinició el flujo de lava y permitió la erupción de Lava Creek hace 640 mil años.
¿Qué podría hacer estallar la próxima vez al Yellowstone? Se especula que filtraciones de grandes cantidades de agua podrían elevar repentinamente la presión al interior, desencadenando una violenta erupción. Se sabe que la erupción Lava Creek ocurrió en el transcurso de pocos días debido a la acumulación súbita de presión.
¿Cuándo podría presentarse de nuevo?
Una explosión similar hoy en día sería devastadora. Por inicio de cuentas, la región del Medio Oeste norteamericano (donde se han depositado cenizas de las últimas erupciones del Yellowstone) pondría en peligro el suministro mundial de alimentos: la ceniza volcánica sobre el estado de Iowa destruiría el 7.4% de todo el maíz sembrado en el planeta.
Por otro lado, centros urbanos del sur de Estados Unidos, desde San Diego hasta Houston, se verían severamente afectados: la caída de ceniza destruiría parte del cableado y la infraestructura de telecomunicaciones; el suministro de agua quedaría contaminado y las plantas de energía eléctrica quedarían inutilizadas por bloqueos de ceniza.
Otra grave afectación sería consecuencia de la radiación solar que llega al hemisferio norte de la Tierra. Una investigación realizada en 2005 por investigadores del Instituto Max Planck señaló que la Tierra se vería afectada por el bloqueo de la capa de ceniza “suspendida en la atmósfera, provocando un descenso de varios grados en la temperatura por lo menos durante un año.
Los tiempos geológicos se miden por miles de años, y nadie puede afirmar la inminencia de una erupción con fecha precisa. Como afirma el periodista Greg Breining, autor de Super Volcano: “Es inquietante -y un poco alarmante- considerar los momentos de las supererupciones en Yellowstone: hace 2.1 millones de años, 1.3 millones de años y 640 mil años. Los intervalos son de 0 a 800 mil años. Esto sugiere que se acerca otra explosión y en tiempo geológico, ¡pronto!”
El nuevo cártel sin drogas.
Nos estamos quedando sin antibióticos para combatir un creciente grupo letal de superbacterias.En agosto de 2010, la revista The Lancet publicaba que un grupo de bacterias compartía una enzima capaz de bloquear el efecto de prácticamente todos los antibióticos conocidos. En Inglaterra ya se habían presentado 37 casos de pacientes infectados, 44 en Madras y 26 en Haryana, India, además de 73 en otras poblaciones de Asia.
El equipo de científicos que estudió los casos detectó que las bacterias compartían un mismo gen bautizado como New Delhi meta
llo-beta-lactamasa o NDM-1. Las bacterias que lo incorporaban en su material genético se hacían resistentes a los antibióticos betalactámicos, a las fluoroquinolonas, a los aminoglicócidos. Se convertían en superbacterias.
Por suerte, la polimixina y la colistina, dos poderosos antibacterianos, resultaron efectivos para controlar la enfermedad. Pero el problema, a los ojos de los investigadores, no era sólo la nueva enzima sino también la facilidad con que las bacterias de diferentes especies estaban compartiendo la información genética para fabricarla.
“Por cuenta del turismo médico y los viajes internacionales en general, la resistencia de este tipo de bacterias tiene el potencial de esparcirse alrededor del mundo muy, muy rápido. Y no tenemos nada en la línea de desarrollo de medicamentos para atacarla”, comentó en ese momento Timothy Walsh, de la Universidad de Cardiff, en Gran Bretaña, quien lideró el estudio.
El temor de regresar a la era preantibiótica es compartido hoy por la mayoría de infectólogos. Los tiempos en que un absceso bucal, una neumonía o una simple infección urinaria cortaban de tajo la vida de una persona podrían estar cerca.
Demasiado cerca, quizás. Sólo en Estados Unidos, dos millones de personas adquieren infecciones cada año dentro de los hospitales -el escondite favorito de las superbacterias- y 90 mil fallecen a causa de ellas. Cerca del 70% de esas infecciones son resistentes al menos a un medicamento. En pocas palabras, “las superbacterias” cobran más vidas que la epidemia del VIH en ese país.
“Las bacterias son las campeonas de la evolución, pocos microorganismos se han adaptado a tal punto que representan un verdadero reto clínico para los humanos”, señala César Arias, infectólogo y profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad de Texas. Los homínidos llevamos seis millones de años con los pies sobre la superficie de la Tierra; las bacterias, más de 100 millones.
Junto a la doctora Barbara Murray, en el departamento de enfermedades infecciosas de la Universidad de Texas, Arias se ha dedicado a estudiar la resistencia bacteriana a los antibióticos, un tema catalogado por la Organización Mundial de la Salud como uno de los tres mayores riesgos para la salud humana.
Cuando se le pregunta cuál es la lista de bacterias a vencer, cita el acrónimo “ESKAPE”. Cada letra de esta palabra coincide con las iniciales de los agentes patógenos más resistentes: Enterococcus faecium, Stapluylococcus aureus, Klebsiella pneumoniae, Acinetobacter baumannii, Pseudomonas aeruginosa y las especies del género Enterobacter. Es el cártel de los más buscados.
“El problema nació casi a la par con los antibióticos”, apunta Arias al remontarse medio siglo en la historia. Tras la aparición de la penicilina, los laboratorios farmacéuticos salieron a la caza de sustancias similares. En 1945 aparecieron las cefalosporinas, luego los aminoglucósidos, más tarde las tetraciclinas, los macrólidos, los glicopéptidos, la rifamicina. Hacia la década de los 60 también se sumaron los nitroimidazoles, las quinolonas y el trimetoprim, y al despuntar el siglo XX, nacieron la oxazolidinones y los lipopéptidos. Parecía que la batalla se inclinaba a nuestro favor.
Pero las bacterias no se quedaron atrás. Según Arias, aprovecharon cada descuido humano en el exagerado y mal uso de los antibióticos para aprender a sobrevivir.
Un buen ejemplo del camino que han seguido es el del Staphylococcus aureus metilino-resistente (MRSA), un viejo conocido de la Medicina en todo el planeta. Presente en la mucosa y la piel de al menos un tercio de la población mundial, siempre está al acecho.
Apenas cuatro años después de comenzar la producción masiva de penicilina, en 1947 se detectó la primera cepa de Staphylococous resistente a esta droga. Hoy, más de 50% de las cepas son inmunes a ella. Los médicos comenzaron a usar meticilina para derrotarlo. A través de una serie de mutaciones genéticas, el estafilococo dorado aprendió a eludir el cerco. Cuando comenzó a ser controlado con otro antibiótico más poderoso como la vancomicina, algunas colonias de la bacteria hallaron una vez más la puerta de salida. Esta vez al adquirir el gen van A, originalmente descritas en bacterias del género Enterococcus. Por suerte, son pocos los reportes de este supercoco resistente a la vancomicina en el mundo, y un buen número de antibióticos orales sigue siendo útil para controlarlo.
El origen de la resistencia.
Para José Sifuentes Osornio, presidente de la Asociación Mexicana de Infectología y Microbiología Clínica, son tres los factores que se han combinado en esta delicada situación que amenaza la salud pública.
Por un lado, el abuso de la comunidad médica de los antibióticos. “Muchos los usan para resolver problemas que no los necesitan”, dice. En Estados Unidos, por ejemplo, un estudio de 1998 estimó que 55% de todos los antibióticos prescritos para infecciones respiratorias en pacientes extrahospitalarios (22.6 millones de dosis) eran innecesarios. En segundo lugar, aunque se ha atemperado, el abuso por parte de la población mundial. En tercer lugar está el uso de antibióticos por un grupo heterogéneo de actores, entre ellos los que se dedican a la acuicultura, la ganadería y la agricultura. Michael Pollan, profesor de la Universidad de Berkeley y autor del libro In Defense of Food (En defensa de la comida), señala que 70% de los antibióticos van a la agroindustria, pues el ganado que recibe pequeñas dosis de antibióticos es más productivo, y eso rige para el ganadero.
Encima de todo, entre 1983 y 1987, la Agencia de Fármacos y Alimentos (FDA, por sus siglas en inglés) aprobó 16 antibióticos; entre 2003 y 2007, apenas aprobó cuatro más; en 2009, sólo uno. El futuro no luce prometedor: sólo seis de las cerca de 500 drogas que actualmente se desarrollan corresponden a antibióticos. ¿Quién quiere invertir en medicamentos que se usan pocos días y además son estrictamente controlados, si los esfuerzos se pueden concentrar “en tratamientos contra el cáncer que cuestan varios miles de dólares por paciente o medicamentos que se deben tomar a lo largo de toda una vida?
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